lunes, 2 de noviembre de 2009

Poeta solitario


Los susurros de la noche te llaman, cada vez más cercanos a tu sombra. Estás lejano a la realidad, hundido en lo profundo de un mundo de sueños. Sin tiempo ni espacio, entre el abismo impenetrable de una hoja blanca de papel. Letras ambulantes, embebidas en recuerdos van encerrándote cada vez más, hasta darte cuenta que ya no perteneces a “la realidad”. Ahora eres parte de tí mismo, de un mundo remoto y maravilloso, donde todo es ilógico e irracional, que sólo tú puedes llegar a comprender. Un lugar donde naces y vives, pero jamás mueres.
Reconoces que todo aquello que dejaste atrás no son más que pecados, penas, inquietudes y amores. Sin embargo no olvidas nada, sólo lo evitas o lo renuevas, lo impulsas a cambiar como algo positivo, te haces una persona nueva. Eres un Hombre. Recorres los senderos intrincados del pensamiento. Te enfrentas a tus temores, a tus errores y a tus malicias. Herido pero persistente buscas un refugio.
Te internas en cuevas donde la oscuridad acecha. No tienes miedo, pero si desasosiego. Entre brumas y llantos del pasado, esquivando virulentos pensamientos, encuentras la salida.
Te enfrentas a un mar de ambivalencias, te sumerges. Sientes un vacío recorriendo tus venas y sientes tus lesiones sanar.
Al salir de allí te observas. Tu corazón sigue malherido, sin embargo, de entre
sus quebraduras no emerge la rojiza sangre del Hombre, sino un líquido
blanquecino, puro y verdadero.
Te encuentras frente a tres espejos: en el primero te ves ciego y desganado, olvidado, perdido y muerto. En el segundo eres poderoso, solitario, respetado y odiado, perseguido, engañado, confundido, rencoroso, envidioso, carcomido por la vida y muerto. En el último sólo se ve la inocencia de un niño persiguiendo una mariposa de cristal entre los jardines del tiempo. Tras las caídas, las lágrimas y el cansancio, pero persistente y ávido, logra alcanzar al ser luminoso, el final del camino es una flor, la más sencilla y hermosa.
Te embulles en el más pequeño, el último. Corres sin detenerte ni un paso. De repente comienzas a transformarte, te sientes más dinámico. Te elevas del suelo, percibes que algo te lleva: es el amor que olvidaste en un pasaje de la memoria.
Cierras los ojos, te desvaneces.
Despiertas ante un poema. Un frenesí de imponentes sentimientos ha invadido el profundo papel. Te preguntas si todo ha sido un delirio, un instante fugaz.
Ínfimos rayos de luz penetran en la antigua casa borrando los vestigios de las tenebrosas angustias. Mientras en tu sigilo empiezan a rodearte palabras vertidas de paz.
Emprendes un nuevo rumbo hacia la verdad.
Reconoces que todo aquello que dejaste atrás no son más que pecados, penas, inquietudes y amores. Sin embargo no olvidas nada, sólo lo evitas o lo renuevas, lo impulsas a cambiar como algo positivo, te haces una persona nueva.
Eres un Hombre

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