lunes, 2 de noviembre de 2009

Viajero del Tiempo


Recorriendo simuladamente andaba el viajero. Entre los horizontes del tiempo, sigiloso como enmudecidas lágrimas del árbol más antiguo, ciclópeico y tenaz como su sombra. Las huellas perdidas u olvidadas en el camino se convertían en un desafío nuevo cada segundo desvanecido en la brisa leve.

Años habían pasado desde su partida, sin embargo, poco le importaba a aquel hombre imponente, sagaz, aventurero de laberintos del tiempo, prisionero de sueños, decidido a todo. Continuar era su lucha y afán.

Era un trabajador impulsado por la vida, diferente a todos, un filosofo social, había quienes lo creían un loco, sin conciencia moral ni razón.

Un día como cualquier otro, cuando se disponía a comenzar su monotonía, su transporte se averió, por lo que debió proseguir a pie.

Mientras caminaba, apacible, más allá de su reloj, observó por primera vez lo que atemorizaba a las personas desde lo más profundo de sí, lo que tan cerca de él ocurría: cada casa sentenciada a la miseria; cada niño, hombre y mujer torturados por la realidad.

Entre tantas emociones inconclusas y otras tantas nuevas, abrió su mente, exteriorizó su alma, perdió el sentido de sus recuerdos, sólo pudo ver aquello inerte, lejano y sempiterno, algo tan simple, pero complejo como una lágrima. Un camino, tan sólo eso ante sus ojos.

Su mente se alborotó. No siguió más que la línea continua de un futuro sin pasado ni presente. Unas palabras únicas e irrepetibles salieron de su corazón: “Éste es el comienzo del tiempo y el incesante puente que lo une a la verdad.”

Lo repitió, vociferante, mientras se alejaba hacia el Jamás del horizonte, a través del Nunca del destino.

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